Es casi imposible hablar de migración y no hablar del “Trabajo Duro”, del trabajo arduo, del sudor, desvelos, madrugones y el cansancio en los pies en el que la migración se traduce en la mayoría de los casos.
El migrante logra conocer nuevos limites físicos personales cuando se ve en la necesidad de trabajar para sobrevivir, cuando no se vive en casa propia o cuando la luz o el agua tocan a la puerta vestidos de recibos con fecha tope.
Como a todos, me ha tocado tener trabajos exigentes (unos más que otros), sé lo que es cargar madera en pleno día de verano en Florida a 40 grados, me ha tocado botar basura en zonas de construcción, me ha tocado mover hojas de drywall, pintar, entregar comida entre otras cosas más. En una ocasión me tocó desinstalar 48 sanitarios (toilets o w.c. como sea que los conozcan en tu país) cabe destacar que muchos estaban sucios, recuerdo que fue una actividad que hice con un paisano maracucho. En ese mismo edificio luego nos tocó bajar los sanitarios (que estaban llenos de porquería) por las escaleras, una vez mis zapatos se llenaron enteramente del agua sucia (con tropezones), no fue grato…
Creo que uno de los trabajos más exigentes que tuve en Tallahassee fue previo a la pandemia, me exigía de un enfoque y un esfuerzo físico y mental del cual -yo mismo- desconocía que poseía; en este mismo trabajo sufrí quemaduras en mis ojos durante el mes de noviembre de 2019 a causa de la explosión de un equipo de cocina, además de eso cargué más cajas de las que puedo enumerar, refrigeradores y estufas industriales, entre una serie de equipos pesados, pero PESADOS. Me tocó viajar muchísimas veces, en varias ocasiones llegué a mi casa a la 1:00 am luego de haber salido a las 6:00 am el día anterior, y -al igual que el trabajo anterior- la palabra «cansancio» era tabú, era mal visto decir «estoy cansado», debo decir que gracias a este trabajo reafirmé la importancia de la gratitud, en alguna ocasión escribí sobre como en los días calurosos de 2019 estaba dentro del almacén reorganizando el inventario y el calor era tal que solo me centraba en dar gracias para no desfallecer.
Gracias a este trabajo aprendí muchas cosas prácticas, técnicas (propias del trabajo) pero, principalmente aprendí que los límites son – mayormente- mentales. Alcancé nuevos niveles de paciencia y entendí la importancia que tiene la familia por sobre todas las cosas (especialmente encima de cualquier trabajo) y esto lo aprendí en diciembre de 2019.
El último fin de semana del año (entre el 28 y el 30) decidí tomarme esos días para compartir con mi familia;
28 de diciembre – sábado:
Por motivo de mi cumpleaños mi mamá y mi hermano viajaron desde Miami hasta Tallahassee para compartir conmigo ese día y el día siguiente viajamos a la ciudad de Atlanta para visitar a mis tíos quienes vinieron desde México a pasar fin de año con parte de la familia en Atlanta.
29 de diciembre – domingo:
El 29 salimos temprano súper emocionados por el rencuentro con nuestros tíos a quienes hacía más 7 años que no veíamos. El plan era conciso, nos veríamos con Tío Néstor y Tía Yadira el día 29, dependiendo de las energías regresábamos a Tallahassee ese mismo día o en su defecto regresaríamos a Tallahassee el día 30 (lunes) para cumplir con mi horario de trabajo a partir del mediodía.
En efecto llegamos a Atlanta a final de la tarde y allá decidimos pasar la noche en Alpharetta (una ciudad a 20 minutos de Atlanta) y viajar de vuelta el día 30, llegaría a mi trabajo al mediodía por lo que era necesario notificarle a mi jefa, dado el día (domingo) y la hora (8:00 pm) opté por escribirle un mensaje y extrañamente no obtuve respuesta. Esto generó cierta sensación de intranquilidad en mí por lo que, a partir de ese momento, debo confesar, que no estuve al 100 disfrutando el momento con mi familia.
Luego de haber compartido con mis tíos y con tíos que nos regaló la vida y a quienes hacía muchísimo que no veíamos debo decir que fue una velada enriquecedora e hizo que valieran la pena los eventos que le subsiguieron.
30 de diciembre – lunes
Difícilmente olvidaré ese día 30; el frío de Georgia en diciembre a las 6:00 am era como de 5 grados C., despertamos a los niños y nos alistamos rápido. Yo llevaba en el equipaje mi ropa de trabajo por lo que ya iba listo para no perder tiempo; desayunamos algo rápido en una franquicia de cafeterías muy conocida en los Estados Unidos donde venden unos Wafles que a mis niños les encanta, era mi manera de tratar de compensar el tener que levantarlos tan temprano, sacarlos al frío en lo que fue un fin de semana de vacaciones fugaz luego de más de dos años sin saber lo que era salir de la ciudad a tomarse un día libre y ver otro ambiente.
Comimos, pagamos la cuenta y nos montamos en el carro con destino a Tallahassee con el paso apresurado. El viaje de 4 horas lo hice en 3 y media, finalmente llegamos al apartamento donde vivíamos; subí a dejar el equipaje y por las llaves de la camioneta de trabajo que pasó el fin de semana en la casa.
Luego del apuro, la desvelada, el frío, finalmente llegué a mi trabajo donde fui recibido por mi jefa con una cara de amargura que -como ya lo dije- difícilmente olvidaré, acompañado de un “buenas tardes, Gustavo…” con un tono de cierto sarcasmo y seguido por un enmudecido desdén.
Fue ese día cuando entendí que ningún trabajo merece estar por encima de mi familia, ese día entendí una reflexión de mi papá la cual escuché aun siendo muchacho “Mijo, la gente debe trabajar para vivir y no al revés, hay quienes vivimos solo para trabajar”.
Cada trabajo que he tenido me ha ayudado a proveer para mi familia es imperativo para mí hacerle a entender a todos los migrantes que puedan leer esto que, aun así, aun cuando un trabajo provea para tu sustento, para comer, para pagar cuentas, renta, etc. Ningún trabajo, repito; NINGÙN TRABAJO vale la pena solo por el beneficio económico que este propicie. Señores, si no se sienten apreciados en su trabajo; búsquense otro. Si no sienten que son respetados o valorados hay muchos lugares donde les aseguro que lo serán.
He tenido trabajos donde me he sentido realmente apreciado, donde aun con el paso de los años la gente me escribe con cariño recordando los buenos tiempos, así como también he tenido malos trabajos.
En este post no intento hablar mal de mis trabajos, mi punto es simplemente tratar de plasmar la idea de que la migración demanda un esfuerzo sobrenatural para lograr la adaptación y el desapego, si esta también va acompañada de trabajos que no nos enriquecen el proceso entonces este será DEFINITIVAMENTE más duro.
No busquen trabajos solo buscando el dinero, busquen trabajos que les hagan sentir llenos, donde se sientan respetados ya que son estos trabajos los que nos ayudan a encontrar nuestra pasión, son estos trabajos que propician que nos encontremos con nuestro propósito y nuestra misión en la vida, son estos los trabajos que cuando los hacemos día a día hacen que uno sienta que todo el esfuerzo que ha hecho vale la pena.
Los trabajos malos también enriquecen, pero no permanezcan mucho tiempo en ellos, créanme, al final solo el dinero no es suficiente para recuperar energías o recoger la dignidad del suelo donde es tirada…
¿Qué pasó finalmente en el trabajo del que les hablé?
31 de diciembre – martes (Noche de fin de año)
En una suerte de castigo, el último día del año me dijeron esa misma mañana que debía viajar a la ciudad de Jacksonville (a 3 horas de Tallahassee) a entregar mercancía (primera vez en mi vida que trabajo un 31 de diciembre), debí cargar -yo solo- un camión de 26 pies y atiborrarlo de equipos, salí a la 1:00 pm y llegué a mi casa a las 9:00 pm con un desgano tal que las energías solo me alcanzaron para cenar con mi esposa; nos quedamos dormidos a las 10:30 pm y por si eso no hubiese sido suficiente;
1ero de enero de 2020 – miércoles (Sí, Año Nuevo)
Debí ir al almacén a bajar las herramientas que utilicé el día anterior para la entrega de la mercancía y luego ir a entregar el camión a la agencia de renta.
Finalmente, menos de tres meses después (en marzo de 2020), cuando la pandemia tocó la puerta la primera cabeza que rodó… fue la mía.
Le agradezco enormemente a Dios por estas experiencias, al final ¿qué son las malas experiencias si no enseñanzas que nos evitan cometer errores en el futuro?
(Fotografía: Los zapatos que utilicé entre octubre de 2019 y enero de 2020)