Era el año 1990 cuando en el centro comercial Costa Verde de la ciudad de Maracaibo estaba aquel niño de 8 años descubriendo por primera vez lo que era “tener el control”. En un lugar llamado “Calle Vieja” había un local donde los propietarios vendían tiempo para jugar con el novedoso sistema de entreteniendo conocido como Nintendo. Imagínense el poder sobre las manos del niño cuya vida de un plomero tenía en sus manos.
Aquella fue de las pocas veces en las que realmente he experimentado tener el control sobre algo en mi vida. El control es esa ilusión que tenemos los seres humanos de creer que poseemos poder sobre los eventos, personas, situaciones, entornos y demás. Léase bien la palabra “ilusión”. El control no es más que eso, una veda ilusoria que nos conforta sobre un cimiento de emociones, todo creado por las neuronas en nuestro cerebro soberbio que piensa gracias a millones de micro conexiones nerviosas que realmente nosotros podemos controlar los eventos que nos rodean.
La migración ha sido una gran maestra, como aquel mago enmascarado de la televisión que devela los secretos de los mejores magos del mundo, esta nos ha enseñado como el control no es más que esto, una sensación pasajera y tan transitoria como un suspiro. Cada cambio nos muestra que realmente somos controlados por fuerzas superiores a nosotros ¿Dios? Llámale como quieras llamarle (yo le llamo Dios, pero no quiero crear conflictos entre tus creencias y las mías).
Debo decir que aun, luego de 9 años de haber migrado, los cambios me afectan. Aun me mueven, aun me pueden. Sin embargo, con el paso del tiempo me he dado cuenta de que me afectan menos y que me impulsan más. Los cambios son los que nos motivan a hacer todo. Si no ¿qué seríamos los humanos sin los cambios? ¿Seguiríamos dependiendo del fuego para iluminar nuestras casas, nuestras calles? ¿Seguiríamos andando a caballo?
Quisiera compartirles un poco sobre mi experiencia durante mi última mudanza (hace un par de meses), viví durante -casi- tres años en la ciudad de Tallahassee, ciudad la capital de Florida pero que realmente dista mucho del concepto referencial sobre lo que todos conocemos como una ciudad capital; es una ciudad pequeña, con no más de 200,000 habitantes, gente amable y con un clima agradable.
Durante la pandemia, al igual que millones de personas en los Estados Unidos y en el mundo, el hijo mayor de José Parra (o sea, yo) me quedé sin trabajo y tuve que optar por salir de la ciudad en busca de oportunidades de crecimiento y bienestar para mí y para mi familia. Comencé a viajar a la ciudad de Atlanta en Georgia, y conocí muchas ciudades aledañas, debo decir que me encanta Georgia, hay algo en la gente del sur de los EEUU y en la vibra de sus habitantes que me atrapa. Los arboles verdes y altos y el olor a pino lo hacen sentir a uno como si estuviese en los andes venezolanos.
Luego de haber trabajado un mes en Atlanta regresé a Florida, mi trabajo requería que apoyara a uno de los equipos de trabajo en la ciudad de Tampa y un mes después de estar viajando semana tras semana a Tampa decidimos mudarnos. Ya tenía casi tres meses viajando todos los fines de semana, inicialmente de Atlanta a Tallahassee (4 horas de viaje) y luego de Tampa a Tallahassee (3 horas y media de viaje).
Decidir salir de Tallahassee fue fácil, salir de Tallahassee no fue tanto. Siendo una ciudad que me encantaba y de la cual me enamoré a primera vista fue duro, me tumbó un par de días la idea de empezar de nuevo, recorrer otras calles, utilizar el GPS para moverme, etc. La sensación fue abrumadora, de nuevo el sentir que no tenía el control de mi entorno y de todo lo que nos estaba sucediendo (que eran cosas muy buenas).
Aimée estuvo empacando las cosas durante un par de semanas junto con mi mamá, mientras yo viajaba por trabajo, el fin de semana de la mudanza, terminamos de empacar todo, mi hermano vino desde Miami a ayudarnos y (gracias al minimalismo) no fue necesario un camión muy grande para movernos.
Llegamos a Tampa sin muchos arboles, sin ese calor de la gente y extrañando mucho el olor a pino, al principio (para mí) fue difícil, PERO, solo el hecho de saber que no tenía que viajar cada fin de semana para estar con mi familia hacía que todo valiese la pena. He aquí donde entra el valor positivo de los cambios; sí, cambiamos de ciudad, pero también cambiaba yo de situación. Ya no dormía lejos de casa, no debía comer comida rápida tres veces al día. El cambio finalmente fue positivo, aunque haya costado emociones, duelo, despecho, remordimiento, PLATA, al final (y como siempre lo digo) todo fue para bien.
El muchachito que jugaba Nintendo entendió con el paso de los años que el control es solo para los videojuegos, que los cambios son para bien y que son parte de la vida, finalmente ¿qué sería la vida sin cambios y si tuviésemos el control sobre todo lo que nos rodea?