
La foto no es para alardear de los títulos que poseo, realmente todo esto reposa en una caja plástica refundida en un closet porqué no recuerdo cuando fue la última vez que tuve que utilizar mis títulos para algún tramite legal, sin embargo, esto no resta su valor, no al papel en sí; si no a todo lo que tuve que pasar, aprender y todas las experiencias que tuve que vivir para poder obtener estos rollos de papel.
Quisiera contarles la historia de cuando me tocó apostillar mis títulos en la Oficina de Legalizaciones del Ministerio de Relaciones Exteriores en Caracas:
Aquel Julio de 2011 fui a Caracas con Aimée con una maletica llena de papelitos, la encomienda incluía un título como Licenciado en Música (en la foto), un título como Licenciado en Educación (en la foto) y 2 juegos de notas certificadas (originales y copias).
En 2011 la migración desde Venezuela no era lo que es hoy, la fila para la oficina de legalización era relativamente corta. Era un trámite de dos días, dejar los títulos hoy y tenerlos de vuelta mañana.
La fila para entrar a la oficina de legalizaciones marchó con normalidad, entramos al edificio, compramos las estampillas (timbres fiscales) a los títulos, luego hice la fila para la ventanilla de recepción de documentos y entregué los títulos.
Al día siguiente, regresamos a la oficina a primera hora. La fila era igual de corta pero en esta ocasión algo había en el aire, algo se sentía distinto… La oficina (que se supone abre a las 8:00 am) no abría las puertas y las personas que estaban en los primeros lugares en la fila se veían inquietos y poco a poco la inquietud fue escalando a lo largo de la fila. A las 9:o0 am sale un trabajador (a quien había visto el día anterior dentro de la oficina de legalizaciones) sus zapatos estaban cubiertos con bolsas plásticas y todo él estaba empapado. Con voz fuerte e intensa dice “Señores… se nos inundó la oficina… pasarán de 10 en 10 a recoger sus documentos, lamentablemente algunos documentos sufrieron daños.” Debo decir que sentí de golpe un frío intenso, se me pararon los pelos, se me arrugó el estómago, y empecé a sudar frío.
«Como chivo al matadero» fuimos pasando de 10 en 10; la inundación inhabilitó los ascensores del edificio sede del Ministerio de Relaciones Exteriores por lo que debíamos subir por las escaleras. Las escaleras parecían cascadas, el agua bajaba por la fosa y por los escalones y debíamos caminar pegados a la pared para evitar mojarnos. Finalmente llegué a la ventanilla y me recibieron con mis títulos y con una carta emitida por la titular de la oficina… el título de educación sufrió daños severos por el agua, estaba arrugado, con la tinta de las letras chorreada y aún estaba húmedo… la titular de la oficina se excusaba en la carta explicando el accidente y en ventanilla (al ver mi cara) me dijeron “al menos las firmas no sufrieron daño…” al menos…
La frustración…
Salí de la oficina casi llorando, llamé por teléfono a la universidad a ver si había posibilidad de reemplazar el título, en la universidad me dijeron que debía llamar al Centro Nacional de Universidades (CNU) llamé al CNU y me dijeron que sí pero que era un proceso bastante complicado, por lo que tuve que llamar a una serie de entidades más. Estábamos a un mes de salir del país por lo que las opciones -realmente- eran reducidas.
Nos montamos en el metro de Caracas, luego en el autobús y durante una hora del trayecto permanecí mudo, desde el centro de la ciudad hasta El Llanito donde mi tía Ligia nos albergó durante esos días. En el fondo sentía que era una manera en la que mi país me confirmaba que estaba perdiendo mi tiempo en él, por otra pensaba “¿cómo podemos pertenecer a un sistema donde pasen estas cosas y nadie responda?”
Cuando veía el título dañado, el dolor que me generaba no era el papel en sí, si no todo lo que representaba.
El clamor popular es que los títulos en el extranjero “no valen” y no puedo estar más en desacuerdo con esta afirmación y no por el hecho de que tuve la fortuna de desempeñarme profesionalmente en México, incluso hoy cuando estoy lejos de trabajar como profesional mis títulos tienen un valor que va más allá del papel y de la apostilla.
Tanto como en bachillerato como en la universidad -entre mil cosas más- aprendí
el valor del Trabajo en Equipo;
el saber cuándo debo hacer silencio y cuándo debo escuchar, no para saber que responder si no para ofrecer empatía por quien me habla;
la Perseverancia;
la Resiliencia;
la Organización;
los Métodos;
Sistematizar hasta los procesos más sencillos para que sean más efectivos;
la Capacidad de Análisis;
MÍ valor como persona;
como torear a la gente mala y como valorar la gente buena.
Lo que está bien para el mundo y lo que realmente está bien para todos, así como lo que está mal y lo que realmente está MUY mal.
Todo aquello lo aprendí mientras estudiaba para obtener mis títulos y DE HECHO, mis primeros acercamientos a la migración y migrantes los tuve mientras estudiaba. Siendo alumno en la Uni de profesores Polacos y Cubanos así como recibir clases de profesores venezolanos estudiados en Rusia y en Italia, entonces ¿no valen mis títulos en el exterior? ¿Seguros?
Gran parte de quién eres hoy lo aprendiste en el pasillo de la escuela o de la universidad. Los títulos universitarios o de bachiller van más allá del papel y de la institución que estos representan. Estos son una muestra de mil experiencias, perseverancia y un montón de cosas más que hoy aplicas en tu día a día y eso VALE MUCHO.
Hoy los títulos están guardados en una caja plástica (quedé con la psicosis y están resguardados en plástico de manera que no sufran ningún daño por agua). No recuerdo cuando fue la última vez que los abrí. Son como una fotografía cuyo valor no está en el papel o en el uso que le pueda dar sino en los aprendizajes y en los recuerdos.
Dudo haber podido escalar en los pocos trabajos -no profesionales- que he tenido como migrante si no hubiese sido por todo lo que aprendí cuando estudiaba. Hasta lo más básico del poco inglés que sé, se lo debo a las clases en bachillerato y a la maestra Milagros quien insistentemente nos enseñaba “el verbo to be”.
¿Me siento triste por no poder ejercer mi profesión nuevamente?
PARA NADA.
Siento que como profesional hice lo que tenía que hacer y cumplí con muchos de mis objetivos personales.
Hoy siento dicha por saber que no necesito presentarme con mi título antes de mi nombre y me da gracia por quienes aún lo hacen, no por nada malo, solo que mucha gente se presenta ante mí con su título antes que su nombre «¡Mucho gusto! Licenciado Raúl Venegas.» o «¡Mucho gusto! Ingeniero José Bonilla para servirle.» y no saben todo lo que he pasado y todo lo que me ha costado entender que mi nombre no necesita ser antecedido por un título para que tenga más valor.
Me ha pasado incluso que la gente me ha mirado con lástima cuando me ven lleno de pintura y saben que en Venezuela tuve la oportunidad de estudiar dos carreras y de ser profesor universitario tanto en Venezuela como en México y me causa ternura porqué ellos realmente piensan que me siento mal por ello y es todo lo contrario, solo siento satisfacción.
Te recomiendo sentarte a pensar (y aún más recomendable, escribir) todo lo que viviste y todo lo que aprendiste durante estudiabas y que actualmente son valores que te representan; la próxima vez que escuches «es que los títulos en el exterior no valen nada» piensa en ello y te sentirás satisfecho al saber que gran parte de quien eres hoy no es por el papel que hoy no vale, si no por las enseñanzas que valen muchísimo y no se te formará el nudo que se te forma actualmente en el esófago cuando escuchas esto.